Hace ya bastante que no escribía. (En concreto, desde la última vez que lo hice).
Quizás es porque sigo llevándome mal con mi escritorio, o que mi agenda tampoco
se muestra cariñosa conmigo desde que adquirí la irresponsable costumbre de no
aparecer a las citas sin siquiera avisar antes. O puede que simplemente no
tenga nada que ver con eso y solo estoy buscando a qué echarle las culpas para
no tener cargo de conciencia. Por que lo cierto es que es algo imperdonable:
uno ha de pararse regularmente a documentar todo aquello que ocurre, ya que si no
el mundo no tiene nunca constancia de ello y para cuando uno se decide a
hacerlo ya todo es irreconocible, como ahora mismo. Y es que durante este
último mes y medio que no me he estado hablando con mi bolígrafo mi vida ha
sido demasiado vertiginosa: sigo durmiendo en la misma cama, me siento todos
los días a comer en la misma mesa y recorro los mismos lugares durante las
noches del fin de semana. Y mientras suceden todas estas cosas, mi corazón
sigue palpitando lenta y rítmicamente, con la precisión de un metrónomo marcando
el devenir de los sucesos, de forma incluso más exacta que antes.
En todo caso, no debería volver a hacerlo, aunque sólo sea
para no acabar perdiendo la costumbre de soñar despierto, y terminar teniendo
la ilusión de que ya todo está ya dicho e inventado. Que eso, además de ser una
soberana estupidez como tú bien sabes, no me favorece y no es propio de mí, y
sé positivamente que a ti no te gustaría...
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