EL HOMBRE SIN REFLEJO
Por El
Que Nunca Estuvo
Aquella mañana, como todos los días,
Aurelio se levantó puntualmente a las 8 de la mañana y se dirigió soñoliento al
cuarto de baño. Se dio una ducha rápida en cinco minutos, y después de secarse
y vestirse para ir a la oficina, se dispuso al rutinario afeitado mañanero. No
fue sino hasta después de haberse puesto la crema de afeitar en la cara y habérsela
enjuagado para hacer espuma cuando, con la cuchilla en la mano, tomó conciencia
de que allí estaba pasando algo que no era nada corriente. En el espejo que
tenía enfrente, donde siempre que se miraba se encontraba con unos ojos, con una
nariz, una boca…. no había nada. Aurelio se palpó extrañado la frente, las
orejas, las mejillas. Estaban ahí, o al menos eso era lo que le decía su tacto,
pero el espejo parecía no compartir la misma opinión. Durante unos segundos que
le parecieron eternos siguió mirándolo, al principio con incredulidad y luego
con un terror creciente, hasta que finalmente abrió la boca y con una voz
temblorosa, gritó:
- ¡LAURA! ¡LAURA VEN AQUÍ, CORRE! –
exclamó.
Su mujer apareció medio minuto después en
la puerta del cuarto de baño medio minuto, aún atontada por el sueño, pero
sobresaltada.
- ¿Qué ocurre, por qué gritas? – le
preguntó su esposa.
- Ahí, Laura, mira, ahí…- respondió
Aurelio, con voz entrecortada, mientras señalaba el espejo con el dedo
tembloroso.
- ¿Ahí? ¿A que te refieres? Ahí no veo
nada…
- Eso es… ¡mi reflejo!. ¡Ahí no está! Está
el tuyo, ¡pero el mío no está!