domingo, 5 de mayo de 2013

EL HOMBRE SIN REFLEJO

EL HOMBRE SIN REFLEJO
Por El Que Nunca Estuvo

Aquella mañana, como todos los días, Aurelio se levantó puntualmente a las 8 de la mañana y se dirigió soñoliento al cuarto de baño. Se dio una ducha rápida en cinco minutos, y después de secarse y vestirse para ir a la oficina, se dispuso al rutinario afeitado mañanero. No fue sino hasta después de haberse puesto la crema de afeitar en la cara y habérsela enjuagado para hacer espuma cuando, con la cuchilla en la mano, tomó conciencia de que allí estaba pasando algo que no era nada corriente. En el espejo que tenía enfrente, donde siempre que se miraba se encontraba con unos ojos, con una nariz, una boca…. no había nada. Aurelio se palpó extrañado la frente, las orejas, las mejillas. Estaban ahí, o al menos eso era lo que le decía su tacto, pero el espejo parecía no compartir la misma opinión. Durante unos segundos que le parecieron eternos siguió mirándolo, al principio con incredulidad y luego con un terror creciente, hasta que finalmente abrió la boca y con una voz temblorosa, gritó:
-       ¡LAURA! ¡LAURA VEN AQUÍ, CORRE! – exclamó.
Su mujer apareció medio minuto después en la puerta del cuarto de baño medio minuto, aún atontada por el sueño, pero sobresaltada.
-       ¿Qué ocurre, por qué gritas? – le preguntó su esposa.
-       Ahí, Laura, mira, ahí…- respondió Aurelio, con voz entrecortada, mientras señalaba el espejo con el dedo tembloroso.
-       ¿Ahí? ¿A que te refieres? Ahí no veo nada…
-       Eso es… ¡mi reflejo!. ¡Ahí no está! Está el tuyo, ¡pero el mío no está! 
-       Venga, no digas bobadas – respondió, pero inmediatamente repuso con sorpresa – Oh… Dios….
-       ¿Lo ves? ¿Lo ves? – le preguntó su marido ansiosamente.
-       … No… no lo veo… pero…. ¿dónde… está… tu reflejo? – respondió Laura.
-       ¡Y yo que sé! ¡Anoche estaba ahí, ahora ya no! – gritó Aurelio. - ¿Qué está pasando, qué es esto? ¿UNA BROMA?
-       Aurelio, yo no tengo nada que ver en esto… -se quedo pensativa durante unos largos segundos-. ¿Y si es el espejo el que está mal? ¡Alguna explicación tendrá que haber!
Descolgaron el espejo, lo voltearon para mirarlo por detrás. No encontraron nada de especial.
-       Anda, no será nada… Mírate en el espejito que llevo siempre en el bolso, verás como ahí sí que te reflejas- le dijo su esposa.
Pero estaba equivocada. Allí, la imagen de Aurelio tampoco aparecía.
-       ¡No, aquí tampoco estoy! ¡No aparezco! – gritó Aurelio con terror - ¿Y si me he convertido en un vampiro?
-       No digas tonterías – respondió su esposa, pero luego lo pensó mejor, si su marido no aparecía en los espejos, cualquier cosa era posible. -… A ver, abre la boca… no, no tienes colmillos… y además es por la mañana y por la ventana del baño entra algo de sol, y no has salido ardiendo. No, estoy seguro de que no lo eres – añadió, aliviada.
-       ¿Y entonces? ¿Qué explicación tiene esto?
-       Será mejor que no nos pongamos histéricos - contestó Laura. – Creo que debes llamar a la oficina, decirles que te encuentras mal, e ir a que te vea un médico.
-       ¿Un médico? ¿Y de qué me va a servir un médico?
-       ¡No lo sé! Pero alguna explicación tiene que haber. No reflejarse en los espejos no es muy normal. Quizás el médico sepa que es lo que te ocurre, puede que sea una enfermedad.

A pesar de no estar nada convencido de lo que su esposa le había recomendado, lo hizo. Llamó a la oficina, le comentó a su jefe que había pasado la noche vomitando, y que se encontraba débil y mareado. Luego terminó de vestirse, y estuvo a punto de salir de la casa con la espuma de afeitar todavía en la cara, si no llega a ser porque su mujer se lo advirtió. Ya en la calle, Aurelio buscó su coche, y antes de abrir la puerta para meterse dentro, intentó mirarse en uno de los retrovisores. Pero no tuvo éxito: allí tampoco podía ver nada. Cuando se montó, comprobó que en el retrovisor del interior tampoco estaba su reflejo. Cada vez se encontraba más nervioso. Condujo hasta el hospital preso de la ansiedad, estando a punto de saltarse un semáforo y no estrellándose por muy poco contra otro coche en una rotonda. Al llegar al hospital fue derechito a Urgencias y se dirigió al mostrador, donde una mujer vestida con una bata azul le preguntó qué era lo que le pasaba. Aurelio estuvo a punto de decirle lo que le ocurría, pero en el último instante se contuvo. No quería que le tomasen por un lunático. Volvió a repetir la excusa que había dado al jefe por teléfono.

La chica le dijo que se sentase y que esperase en la salita, que enseguida le atendería un médico. Le hizo caso, y allí pasó la hora más larga de su vida, sentado en una silla y preguntándose qué narices era lo que podía estar pasando, la gente normal se refleja en los espejos, el mismo lo había hecho siempre, hasta ayer. Finalmente, un chico con bata blanca salió de uno de los despachitos, lo llamó por su nombre y apellidos y le pidió que pasara dentro.

-       Hola, buenos días. Dígame, ¿qué le ocurre? – le preguntó el médico. Era muy joven, aparentaba unos 24-25 años, y se lo veía un tanto nervioso. Aurelio pensó que seguramente le había tocado un médico recién salido de la carrera.
-       Pues mire… -Aurelio no sabía qué decirle, y apenas podía mirarle a los ojos-. –Esta mañana, cuando fui al cuarto de baño, yo… esto…yo… no me reflejaba en el espejo.- dijo.
-       Perdone, ¿cómo dice?– Preguntó con extrañeza el joven doctor, pensando que no lo había entendido.
-       Que no salgo en los espejos. Que mi reflejo se ha perdido, que lo he perdido.- volvió a decir Aurelio. El médico no pudo evitar mirarlo con cara de desconcierto.
-       De acuerdo, emmm… espere un momento. Voy a consultarlo con un compañero – le contestó, y salió de la habitación. 

Aurelio se quedó en el despacho y esperó. Le pareció escuchar como fuera, aquel chico que le había atendido hablaba por un teléfono, y le pareció entender la palabra “psiquiatría”. Al cabo de una interminable media hora, un hombre bastante más mayor que el chico de antes apareció en la puerta, se presentó y le dijo:

-       Así que viene usted porque no se refleja en el espejo….
-       ¡Así es, doctor! ¡No me reflejo! ¡En ningún espejo!– le replicó Aurelio, alterado.
-       De acuerdo, de acuerdo… Hagamos una prueba. Le llevó hasta otro despacho que estaba vacío y donde había un pequeño espejo en la pared, donde le pidió que se mirase.
-       ¡Lo ve! ¡Ahí tampoco estoy! – gritó Aurelio.
-       Pero yo si le…- empezó a decir el médico, hasta que vio, o mejor dicho, no vio lo que Aurelio le quería mostrar - … no jodas- dijo el psiquiatra, con los ojos como platos. El paciente tenía razón: ahí estaba su reflejo, pero no el de su paciente.
-       ¿Qué me pasa doctor? – preguntó Aurelio. Pero el doctor no respondió.- ¿Es grave? ¡DÍGAME QUE ES LO QUE ME PASA!
-       No lo sé… no había visto ni escuchado nada igual – replicó. – Creo que lo mejor será que se quede aquí, en observación, hasta que podamos averiguar que le está pasando.

Aurelio fue internado en la planta de psiquiatría para observación, a pesar de sus protestas. Le comentaron que sí, que era cierto que no estaba loco, que eso ya lo sabían, pero que no sabían en que otra planta podían ingresarlo ni que otros especialistas podían atenderle, ya que por lo que ellos sabían no se conocía ningún caso semejante, y dudaban mucho de que hubiera causa médica alguna para lo que le estaba ocurriendo. Pasó siete largos días ingresado, durante los cuales fue visitado por todos los psiquiatras, psicólogos y estudiantes del hospital, e incluso algunos especialistas de fuera del centro y catedráticos de la Universidad, que se mostraban maravillados con el caso, que le hacían toda clase de preguntas sobre su vida, sus pensamientos acerca de la situación, sus fantasías, sus sueños y sus temores. Sin embargo, ninguno de ellos supo decirle que era lo que le ocurría – y lo más importante, cuál era el tratamiento. La mañana del día que al fin pidió el alta voluntaria, uno de los estudiantes le pidió que por favor, le dejase tomarle una foto, porque quería comprobar una cosa. Aurelio aceptó resignado, y el estudiante sacó su móvil y lo inmortalizó. Allí en la pantalla del móvil, Aurelio pudo volver a ver su rostro por primera vez desde la mañana en que perdió su reflejo.

-Curioso… - dijo el estudiante - aquí sale usted. Su imagen sigue estando, la cámara lo puede captar, eso está claro. Lo que no está, sencillamente, es su reflejo.
- ¿Y eso que significa? ¿Importa acaso? – respondió Aurelio.
- Bueno, no podemos devolverle su reflejo, pero al menos, existe alguna forma de que usted pueda… esto, de que usted pueda verse. Supongo que, con una videocámara y un monitor, al menos podrá volver a afeitarse y arreglarse solo - le contestó el estudiante.
Aunque para Aurelio eso no podía satisfacerlo, tenía que reconocer que al menos eso le resolvía uno de los problemas que tenía desde aquella fatídica mañana en la que dejó de verse en el espejo, puesto que al no poder observarse, había perdido la capacidad para afeitarse, arreglarse y peinarse por sí mismo, siendo su mujer quien tenía que hacerlo por él, produciéndole una tremenda vergüenza y sensación de impotencia. Y como ya se le había acabado su paciencia, harto de ser exhibido como un mono de feria, y se encontraba cada vez más seguro de que allí no le podían dar más ayuda que la que le había acabado de prestar aquel estudiante, pidió el alta voluntaria y cogió sus cosas para volver a casa, a pesar de las súplicas de todo el personal del área de Psiquiatría del hospital, con los que acordó, a regañadientes, tener citas regulares en el Centro de Salud Mental para poder seguir la evolución del caso.

Pero en casa las cosas no mejoraron, sino que empeoraron rápidamente. Aurelio se levantaba cada mañana y corría hacia el espejo del cuarto de baño, con la esperanza de poder verse, pero lo que allí encontraba era siempre lo mismo: nada. Siguiendo el consejo del estudiante, se compró una videocámara y un pequeño monitor con el que podía encargarse de su aspecto él solo, pero esto le hacía sentirse como un bicho raro y le deprimía y lo ponía de mal humor cada vez más. Su mujer lo consolaba, “no te preocupes, estás bien, solamente eres un hombre que ha dejado de aparecer en los espejos, por lo demás eres completamente normal y estás totalmente sano, no tanta importancia” le decía cada día. Sin embargo, lo cierto es que Laura empezó a alejarse de él poco a poco, a rehuir hacerle el amor y parecía que intentaba pasar el menor tiempo posible en casa. Una mañana, cuando pensaba que él no estaba en casa y no podía oírle, Laura llamó a su hermana, y Aurelio, que se encontraba encerrado en el baño mirando ensimismado la ausencia de su reflejo, pudo oír sus llantos, el miedo que ahora le daba su marido, y las penurias de convivir con una persona que ya no aparecía en los espejos, como lo hacía la gente normal.

Al día siguiente de este incidente, Aurelio decidió marcharse de casa sin decir nada. Ya no soportaba más aquel ambiente enrarecido que había en casa y sólo quería estar a solas consigo mismo y su falta de reflejo. Alquiló una habitación en una pensión barata y permanecía allí todo el tiempo, saliendo nada más que para comprar tabaco, algo de comer y cerveza. Dejó de ir al trabajo, de ver a los amigos, de ver a sus padres: cuando estaba con otras personas tenía que tener mucho cuidado con evitar pasar por delante de espejos y otras superficies donde el resto de la gente sí podía verse, y se atormentaba constantemente con la idea de que los demás acabasen descubriendo su vergonzoso secreto. También dejó de asistir a las citas que tenía con los psicólogos y psiquiatras del hospital: los primeros le repetían que saliese, que intentase hacer una vida normal, que viese el lado positivo de no reflejarse ante los espejos (¿está usted tomándome el pelo? les contestaba cuando le decían esto último); los segundos les daban pastillas para la ansiedad y el ánimo. Pero ni uno, ni otros, le ayudaban a que de verdad, volviese a ser una persona normal.

Una noche en la que se le acabó el tabaco y la cerveza, Aurelio decidió salir a seguir bebiendo en algún bar. Se había estado emborrachando toda la tarde, y en ese momento ya le daba igual si alguien se percataba de lo que le ocurría o no. Encontró un pub que se hallaba abierto, muy cerca de la pensión, fue hacia la barra y pidió un whisky solo. Cuando iba por la mitad de la copa, alzó la mirada y se percató de que había un gran espejo detrás de la barra. Lo que vio hizo que el vaso estuviera a punto de resbalársele de la mano. Allí estaba su reflejo, si bien no enfrente de él, sino en un taburete que se situaba unos cuantos metros a su izquierda. Estaba charlando animadamente con el reflejo de otra mujer que no se hallaba en el bar y se veía mejor de lo que él recordaba, y desde luego, mucho mejor que lo que él se había convertido: tenía el pelo bien cortado, estaba bien vestido, más delgado… y lo más extraño: parecía feliz.

Muy nervioso, Aurelio dejó la copa sin terminar en la barra y salió corriendo del pub, antes de que su reflejo lo pudiera ver en ese estado.

1 comentario:

  1. No lo he entendido... El final no lo entiendo en el contexto de la historia.

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