EL HOMBRE SIN REFLEJO
Por El
Que Nunca Estuvo
Aquella mañana, como todos los días,
Aurelio se levantó puntualmente a las 8 de la mañana y se dirigió soñoliento al
cuarto de baño. Se dio una ducha rápida en cinco minutos, y después de secarse
y vestirse para ir a la oficina, se dispuso al rutinario afeitado mañanero. No
fue sino hasta después de haberse puesto la crema de afeitar en la cara y habérsela
enjuagado para hacer espuma cuando, con la cuchilla en la mano, tomó conciencia
de que allí estaba pasando algo que no era nada corriente. En el espejo que
tenía enfrente, donde siempre que se miraba se encontraba con unos ojos, con una
nariz, una boca…. no había nada. Aurelio se palpó extrañado la frente, las
orejas, las mejillas. Estaban ahí, o al menos eso era lo que le decía su tacto,
pero el espejo parecía no compartir la misma opinión. Durante unos segundos que
le parecieron eternos siguió mirándolo, al principio con incredulidad y luego
con un terror creciente, hasta que finalmente abrió la boca y con una voz
temblorosa, gritó:
- ¡LAURA! ¡LAURA VEN AQUÍ, CORRE! –
exclamó.
Su mujer apareció medio minuto después en
la puerta del cuarto de baño medio minuto, aún atontada por el sueño, pero
sobresaltada.
- ¿Qué ocurre, por qué gritas? – le
preguntó su esposa.
- Ahí, Laura, mira, ahí…- respondió
Aurelio, con voz entrecortada, mientras señalaba el espejo con el dedo
tembloroso.
- ¿Ahí? ¿A que te refieres? Ahí no veo
nada…
- Eso es… ¡mi reflejo!. ¡Ahí no está! Está
el tuyo, ¡pero el mío no está!
- Venga, no digas bobadas – respondió, pero
inmediatamente repuso con sorpresa – Oh… Dios….
- ¿Lo ves? ¿Lo ves? – le preguntó su marido ansiosamente.
- … No… no lo veo… pero…. ¿dónde… está… tu
reflejo? – respondió Laura.
- ¡Y yo que sé! ¡Anoche estaba ahí, ahora
ya no! – gritó Aurelio. - ¿Qué está pasando, qué es esto? ¿UNA BROMA?
- Aurelio, yo no tengo nada que ver en
esto… -se quedo pensativa durante unos largos segundos-. ¿Y si es el espejo el
que está mal? ¡Alguna explicación tendrá que haber!
Descolgaron el espejo, lo
voltearon para mirarlo por detrás. No encontraron nada de especial.
- Anda, no será nada… Mírate en el espejito
que llevo siempre en el bolso, verás como ahí sí que te reflejas- le dijo su
esposa.
Pero estaba equivocada. Allí,
la imagen de Aurelio tampoco aparecía.
- ¡No, aquí tampoco estoy! ¡No aparezco! –
gritó Aurelio con terror - ¿Y si me he convertido en un vampiro?
- No digas tonterías – respondió su esposa,
pero luego lo pensó mejor, si su marido no aparecía en los espejos, cualquier
cosa era posible. -… A ver, abre la boca… no, no tienes colmillos… y además es
por la mañana y por la ventana del baño entra algo de sol, y no has salido
ardiendo. No, estoy seguro de que no lo eres – añadió, aliviada.
- ¿Y entonces? ¿Qué explicación tiene esto?
- Será mejor que no nos pongamos histéricos
- contestó Laura. – Creo que debes llamar a la oficina, decirles que te
encuentras mal, e ir a que te vea un médico.
- ¿Un médico? ¿Y de qué me va a servir un
médico?
- ¡No lo sé! Pero alguna explicación tiene
que haber. No reflejarse en los espejos no es muy normal. Quizás el médico sepa
que es lo que te ocurre, puede que sea una enfermedad.
A
pesar de no estar nada convencido de lo que su esposa le había recomendado, lo
hizo. Llamó a la oficina, le comentó a su jefe que había pasado la noche
vomitando, y que se encontraba débil y mareado. Luego terminó de vestirse, y estuvo
a punto de salir de la casa con la espuma de afeitar todavía en la cara, si no
llega a ser porque su mujer se lo advirtió. Ya en la calle, Aurelio buscó su
coche, y antes de abrir la puerta para meterse dentro, intentó mirarse en uno
de los retrovisores. Pero no tuvo éxito: allí tampoco podía ver nada. Cuando se
montó, comprobó que en el retrovisor del interior tampoco estaba su reflejo.
Cada vez se encontraba más nervioso. Condujo hasta el hospital preso de la
ansiedad, estando a punto de saltarse un semáforo y no estrellándose por muy
poco contra otro coche en una rotonda. Al llegar al hospital fue derechito a
Urgencias y se dirigió al mostrador, donde una mujer vestida con una bata azul
le preguntó qué era lo que le pasaba. Aurelio estuvo a punto de decirle lo que
le ocurría, pero en el último instante se contuvo. No quería que le tomasen por
un lunático. Volvió a repetir la excusa que había dado al jefe por teléfono.
La
chica le dijo que se sentase y que esperase en la salita, que enseguida le
atendería un médico. Le hizo caso, y allí pasó la hora más larga de su vida,
sentado en una silla y preguntándose qué narices era lo que podía estar
pasando, la gente normal se refleja en los espejos, el mismo lo había hecho siempre,
hasta ayer. Finalmente, un chico con bata blanca salió de uno de los despachitos,
lo llamó por su nombre y apellidos y le pidió que pasara dentro.
- Hola, buenos días. Dígame, ¿qué le
ocurre? – le preguntó el médico. Era muy joven, aparentaba unos 24-25 años, y
se lo veía un tanto nervioso. Aurelio pensó que seguramente le había tocado un
médico recién salido de la carrera.
- Pues mire… -Aurelio no sabía qué decirle,
y apenas podía mirarle a los ojos-. –Esta mañana, cuando fui al cuarto de baño,
yo… esto…yo… no me reflejaba en el espejo.- dijo.
- Perdone, ¿cómo dice?– Preguntó con
extrañeza el joven doctor, pensando que no lo había entendido.
- Que no salgo en los espejos. Que mi
reflejo se ha perdido, que lo he perdido.- volvió a decir Aurelio. El médico no
pudo evitar mirarlo con cara de desconcierto.
- De acuerdo, emmm… espere un momento. Voy
a consultarlo con un compañero – le contestó, y salió de la habitación.
Aurelio
se quedó en el despacho y esperó. Le pareció escuchar como fuera, aquel chico
que le había atendido hablaba por un teléfono, y le pareció entender la palabra
“psiquiatría”. Al cabo de una interminable media hora, un hombre bastante más
mayor que el chico de antes apareció en la puerta, se presentó y le dijo:
- Así que viene usted porque no se refleja
en el espejo….
- ¡Así es, doctor! ¡No me reflejo! ¡En
ningún espejo!– le replicó Aurelio, alterado.
- De acuerdo, de acuerdo… Hagamos una
prueba. Le llevó hasta otro despacho que estaba vacío y donde había un pequeño
espejo en la pared, donde le pidió que se mirase.
- ¡Lo ve! ¡Ahí tampoco estoy! – gritó
Aurelio.
- Pero yo si le…- empezó a decir el médico,
hasta que vio, o mejor dicho, no vio lo
que Aurelio le quería mostrar - … no jodas- dijo el psiquiatra, con los ojos
como platos. El paciente tenía razón: ahí estaba su reflejo, pero no el de su
paciente.
- ¿Qué me pasa doctor? – preguntó Aurelio.
Pero el doctor no respondió.- ¿Es grave? ¡DÍGAME QUE ES LO QUE ME PASA!
- No lo sé… no había visto ni escuchado nada
igual – replicó. – Creo que lo mejor será que se quede aquí, en observación, hasta
que podamos averiguar que le está pasando.
Aurelio
fue internado en la planta de psiquiatría para observación, a pesar de sus
protestas. Le comentaron que sí, que era cierto que no estaba loco, que eso ya
lo sabían, pero que no sabían en que otra planta podían ingresarlo ni que otros
especialistas podían atenderle, ya que por lo que ellos sabían no se conocía
ningún caso semejante, y dudaban mucho de que hubiera causa médica alguna para
lo que le estaba ocurriendo. Pasó siete largos días ingresado, durante los
cuales fue visitado por todos los psiquiatras, psicólogos y estudiantes del
hospital, e incluso algunos especialistas de fuera del centro y catedráticos de
la Universidad, que se mostraban maravillados con el caso, que le hacían toda
clase de preguntas sobre su vida, sus pensamientos acerca de la situación, sus
fantasías, sus sueños y sus temores. Sin embargo, ninguno de ellos supo decirle
que era lo que le ocurría – y lo más importante, cuál era el tratamiento. La
mañana del día que al fin pidió el alta voluntaria, uno de los estudiantes le
pidió que por favor, le dejase tomarle una foto, porque quería comprobar una
cosa. Aurelio aceptó resignado, y el estudiante sacó su móvil y lo inmortalizó.
Allí en la pantalla del móvil, Aurelio pudo volver a ver su rostro por primera
vez desde la mañana en que perdió su reflejo.
-Curioso…
- dijo el estudiante - aquí sale usted. Su imagen sigue estando, la cámara lo
puede captar, eso está claro. Lo que no está, sencillamente, es su reflejo.
-
¿Y eso que significa? ¿Importa acaso? – respondió Aurelio.
-
Bueno, no podemos devolverle su reflejo, pero al menos, existe alguna forma de que
usted pueda… esto, de que usted pueda verse. Supongo que, con una videocámara y
un monitor, al menos podrá volver a afeitarse y arreglarse solo - le contestó
el estudiante.
Aunque
para Aurelio eso no podía satisfacerlo, tenía que reconocer que al menos eso le
resolvía uno de los problemas que tenía desde aquella fatídica mañana en la que
dejó de verse en el espejo, puesto que al no poder observarse, había perdido la
capacidad para afeitarse, arreglarse y peinarse por sí mismo, siendo su mujer
quien tenía que hacerlo por él, produciéndole una tremenda vergüenza y
sensación de impotencia. Y como ya se le había acabado su paciencia, harto de
ser exhibido como un mono de feria, y se encontraba cada vez más seguro de que
allí no le podían dar más ayuda que la que le había acabado de prestar aquel estudiante,
pidió el alta voluntaria y cogió sus cosas para volver a casa, a pesar de las
súplicas de todo el personal del área de Psiquiatría del hospital, con los que
acordó, a regañadientes, tener citas regulares en el Centro de Salud Mental
para poder seguir la evolución del caso.
Pero
en casa las cosas no mejoraron, sino que empeoraron rápidamente. Aurelio se
levantaba cada mañana y corría hacia el espejo del cuarto de baño, con la
esperanza de poder verse, pero lo que allí encontraba era siempre lo mismo:
nada. Siguiendo el consejo del estudiante, se compró una videocámara y un
pequeño monitor con el que podía encargarse de su aspecto él solo, pero esto le
hacía sentirse como un bicho raro y le deprimía y lo ponía de mal humor cada
vez más. Su mujer lo consolaba, “no te preocupes, estás bien, solamente eres un
hombre que ha dejado de aparecer en los espejos, por lo demás eres completamente
normal y estás totalmente sano, no tanta importancia” le decía cada día. Sin
embargo, lo cierto es que Laura empezó a alejarse de él poco a poco, a rehuir
hacerle el amor y parecía que intentaba pasar el menor tiempo posible en casa.
Una mañana, cuando pensaba que él no estaba en casa y no podía oírle, Laura
llamó a su hermana, y Aurelio, que se encontraba encerrado en el baño mirando
ensimismado la ausencia de su reflejo, pudo oír sus llantos, el miedo que ahora
le daba su marido, y las penurias de convivir con una persona que ya no aparecía
en los espejos, como lo hacía la gente normal.
Al
día siguiente de este incidente, Aurelio decidió marcharse de casa sin decir
nada. Ya no soportaba más aquel ambiente enrarecido que había en casa y sólo
quería estar a solas consigo mismo y su falta de reflejo. Alquiló una
habitación en una pensión barata y permanecía allí todo el tiempo, saliendo nada
más que para comprar tabaco, algo de comer y cerveza. Dejó de ir al trabajo, de
ver a los amigos, de ver a sus padres: cuando estaba con otras personas tenía
que tener mucho cuidado con evitar pasar por delante de espejos y otras superficies
donde el resto de la gente sí podía verse, y se atormentaba constantemente con
la idea de que los demás acabasen descubriendo su vergonzoso secreto. También dejó
de asistir a las citas que tenía con los psicólogos y psiquiatras del hospital:
los primeros le repetían que saliese, que intentase hacer una vida normal, que
viese el lado positivo de no reflejarse ante los espejos (¿está usted tomándome el pelo? les contestaba cuando le decían
esto último); los segundos les daban pastillas para la ansiedad y el ánimo. Pero
ni uno, ni otros, le ayudaban a que de verdad, volviese a ser una persona
normal.
Una
noche en la que se le acabó el tabaco y la cerveza, Aurelio decidió salir a
seguir bebiendo en algún bar. Se había estado emborrachando toda la tarde, y en
ese momento ya le daba igual si alguien se percataba de lo que le ocurría o no.
Encontró un pub que se hallaba abierto, muy cerca de la pensión, fue hacia la
barra y pidió un whisky solo. Cuando iba por la mitad de la copa, alzó la
mirada y se percató de que había un gran espejo detrás de la barra. Lo que vio hizo
que el vaso estuviera a punto de resbalársele de la mano. Allí estaba su
reflejo, si bien no enfrente de él, sino en un taburete que se situaba unos
cuantos metros a su izquierda. Estaba charlando animadamente con el reflejo de
otra mujer que no se hallaba en el bar y se veía mejor de lo que él recordaba,
y desde luego, mucho mejor que lo que él se había convertido: tenía el pelo
bien cortado, estaba bien vestido, más delgado… y lo más extraño: parecía
feliz.
Muy
nervioso, Aurelio dejó la copa sin terminar en la barra y salió corriendo del
pub, antes de que su reflejo lo pudiera ver en ese estado.
No lo he entendido... El final no lo entiendo en el contexto de la historia.
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